miércoles, 16 de febrero de 2022

Climate Change, Energy and Inflation




Cambio Climático, Energía e Inflación

La toma de conciencia en la lucha contra el cambio climático ha llevado ya a objetivos políticos. Por ejemplo, tratar de lograr la neutralidad de carbono para 2050 (Europa, Estados Unidos), 2060 (China) o incluso 2070 (India). Estos escenarios de "cero neto", es decir, sin un excedente de gases de efecto invernadero en comparación con las capacidades de almacenamiento natural o artificial, todavía requieren mucha imaginación. Implican un desafío técnico, político, social y económico: renunciar a los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) en gran medida. En otras palabras, deshacerse en las próximas décadas de las principales fuentes de energía actuales: más del 80% del consumo actual.

 No es fácil definir el camino correcto hacia esta transición energética de descarbonización que respete nuestras responsabilidades en la lucha contra el cambio climático con las generaciones futuras y penalice lo menos posible a las generaciones actuales, especialmente los vulnerables, con alzas de precios energéticos que se traducen en una elevada inflación.

A nivel político, los estados tienen una herramienta: la fiscalidad del carbono emitido (CO2 y CH4-metano), cuyo precio ya se ha triplicado en Europa, durante el último año, hasta alcanzar los 80 euros por tonelada. Además, sin que esta sea una solución exclusiva, se puede abogar por la introducción de un impuesto redistributivo al carbono emitido y sobre las ganancias de los productores de energía, de modo que generen ingresos fiscales o parafiscales que puedan ser utilizados para compensar las pérdidas de los hogares más modestos por la inflación de precios.

 Ahora bien, hay que aclarar que la inflación observada últimamente en Europa se debe principalmente a una gran demanda por la recuperación económica, después de un mejor  manejo de la Covid-19 y una escasa oferta de productos por la crisis de la pandemia. También ha influido el alza en los precios del petróleo y el gas. Aparte de los efectos del cambio climático, que provoca fenómenos meteorológicos extremos (sequía, inundaciones, incendios, etc.), lo que hace que la producción de cultivos sea más errática y ocasione una subida del precio de los cereales (especialmente el maíz y el trigo), el aceite vegetal o el azúcar, con un incremento medio del 28% para 2021, según la FAO. Las causas de este fuerte aumento están relacionadas con los problemas de suministro y la ruptura de las cadenas por la crisis sanitaria y por la subida de los precios de la energía, especialmente del petróleo como se acaba de señalar. 

El clima, con menos sol y viento, ha tenido también un efecto negativo sobre la producción de la energía solar y eólica, lo que ha resultado en la necesidad de recurrir al gas, con precios más elevados en esta crisis. La transición energética ha tenido el efecto de una subida del precio del carbono emitido. Por ello, la inflación vista hay que buscarla en la relación demanda-oferta, en  los precios de los combustibles  fósiles y en el cambio climático más que en  la transición energética. Queremos subrayar esto porque algunos han tildado esta inflación como “coste de la transición energética”.

Una inflación que será estacionaria en lo que se refiere al factor de la relación demanda-oferta, ya que irá aumentando la oferta para responder a esta mayor demanda por la recuperación económica. Respecto a la influencia del otro factor del alza de los precios del petróleo y el gas en la subida de los precios, es difícil de predecir por la vulnerabilidad de este mercado que depende de factores políticos y económicos.

 El efecto de la transición energética sobre la inflación, como se ha visto en  mi artículo de opinión publicado en este diario el 14 de julio de 2021, será mayor al caminar más hacia la neutralidad de carbono prevista en Europa para 2050 por la gran inversión en las energías renovables, aislamiento de edificios, en equipos de transporte, almacenamiento de CO2 y, especialmente, en el almacenamiento de la energía mediante el hidrógeno verde (electrolisis del agua mediante energías renovables) y baterías por su alto coste actual. Es necesario mayor esfuerzo en la investigación y desarrollo para conseguir un abaratamiento  de la producción y particularmente en el almacenamiento de las energías renovables, aparte de la fusión nuclear. 

En lo que respecta a la inflación actual por las ayudas públicas: para los macroeconomistas, a pesar de su aumento, hay una buena posibilidad de que, en retrospectiva, veamos que la gestión económica en la Unión Europea  de los últimos dos años de pandemia del Covid-19 se puede considerar como un triunfo de esta  política solidaria de inyección de dinero europeo buscando la recuperación económica y el empleo: estimular la economía con ayudas públicas en Europa aumenta la demanda frente a la oferta y con ello la inflación. No hay duda de que podríamos haber tenido una inflación más baja en este momento si hubiéramos aceptado una política de recuperación económica y del empleo más lenta. Sin embargo,  restaurar el empleo era más importante que evitar la inflación. ¿Por qué?  Aunque es cierto que la inflación erosiona los ingresos reales, hay pruebas de que mantener el empleo es extremadamente importante por razones que van más allá del dinero. Los empleos generan ingresos, pero, también para muchos trabajadores, traen dignidad, de modo que estar desempleado afecta al bienestar  mucho más de lo que se puede explicar simplemente por la pérdida económica personal. Es previsible que se produzca una alta inflación este año y el siguiente, pero mucho menor en los próximos cinco años, lo que es implícitamente un pronóstico de retorno a la normalidad.

Hasta ahora, entonces, parece que estamos ante una recuperación económica  rápida de un shock económico devastador (primavera de 2020), a costa de un aumento desagradable pero probablemente temporal de la inflación, del cual la transición energética no es la principal causante. Y teniendo en cuenta de lo que podría haber sucedido, eso equivale a un triunfo.

Mahmoud M. Rabbani

Doctor en ciencias químicas

Director de sustainable development over-seas programme

Publicado en el Diario de Noticias de Navarra el 11 de febrero de 2022


 

martes, 8 de febrero de 2022

Methane, 28 times as potent as CO2 for global warming, is spiking ‘dangerously fast’

 

Methane is spiking ‘dangerously fast’

As global methane concentrations soar to nearly triple preindustrial levels, some researchers fear that global warming itself is behind the rapid rise. Data released in January by the US National Oceanic and Atmospheric Administration show that atmospheric methane has raced past 1,900 parts per billion. The growth of methane emissions began a rapid and mysterious uptick around 2007. The spike has caused many researchers to worry that global warming is creating a feedback mechanism that will cause ever more methane to be released, making it even harder to rein in rising temperatures. The grim milestone underscores the importance of a pledge made at last year’s COP26 climate summit to curb emissions of the greenhouse gas, which is at least 28 times as potent as CO2.

Nature | 5 min read Source: Nature

jueves, 3 de febrero de 2022

Is the Inflation Due to the Energy Transition?

 


¿Se debe la inflación a la transición energética?

La toma de conciencia en la lucha contra el cambio climático ha llevado ya a objetivos políticos. Por ejemplo, tratar de lograr la neutralidad de carbono para 2050 (Europa, Estados Unidos), 2060 (China) o incluso 2070 (India). Estos escenarios de "cero neto", es decir, sin un excedente de gases de efecto invernadero en comparación con las capacidades de almacenamiento natural o artificial, implican un gran desafío ya que los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) suponen más del 80% del consumo actual.

 No es fácil definir el camino correcto hacia esta transición energética de descarbonización que respete nuestras responsabilidades en la lucha contra el cambio climático con las generaciones futuras y penalice lo menos posible a las generaciones actuales, especialmente los vulnerables, con alzas de precios energéticos que se traducen en una elevada inflación.

A nivel político, los estados tienen una herramienta: la fiscalidad del carbono emitido (CO2 y CH4-metano), cuyo precio ya se ha triplicado en Europa, durante el último año, hasta alcanzar los 80 euros por tonelada. Además, sin que esta sea una solución exclusiva, se puede abogar por la introducción de un impuesto redistributivo al carbono emitido y sobre las ganancias de los productores de energía, de modo que generen ingresos fiscales o parafiscales que puedan ser utilizados para compensar las pérdidas de los hogares más modestos por la inflación de precios.

 Ahora bien, hay que aclarar que la inflación observada últimamente en Europa se debe principalmente a una gran demanda por la recuperación económica, después de un mejor  manejo de la Covid-19 y una escasa oferta de productos por la crisis de la pandemia. También ha influido el alza en los precios del petróleo y el gas. Aparte de los efectos del cambio climático (sequía, inundaciones, incendios, etc.), afectando la producción de cultivos con una subida del precio de los cereales (especialmente el maíz y el trigo), el aceite vegetal o el azúcar, con un incremento medio del 28% para 2021, según la FAO. 

El clima, con menos sol y viento, ha tenido también un efecto negativo sobre la producción de la energía solar y eolica, lo que ha resultado en la necesidad de recurrir al gas, con precios más elevados en esta crisis. La transición energética ha tenido el efecto de una subida del precio del carbono emitido. Por ello, la inflación vista hay que buscarla en la relación demanda-oferta, en  los precios de los comestibles fósiles y en el cambio climático más que en  la transición energética. Queremos subrayar esto porque algunos han tildado esta inflación como “coste de la transición energética”.

Una inflación que será estacionaria en lo que se refiere al factor de la relación demanda-oferta, ya que irá aumentando la oferta para responder a esta mayor demanda por la recuperación económica. Respecto a la influencia del otro factor del alza de los precios del petróleo y el gas en la subida de los precios, es difícil de predecir por la vulnerabilidad de este mercado que depende de  factores  políticos y económicos.

 El efecto de la transición energética sobre la inflación será mayor al caminar más hacia la neutralidad de carbono prevista en Europa para 2050 por la gran inversión en las energías renovables, aislamiento de edificios, en equipos de transporte, almacenamiento de CO2 y, especialmente, en el almacenamiento de la energía mediante el hidrógeno verde (electrolisis del agua mediante energías renovables) y baterías por su alto coste actual. Es necesario mayor esfuerzo en la investigación y desarrollo para conseguir un abaratamiento  de la producción y particularmente en el almacenamiento de las energías renovables, aparte de la fusión nuclear.  

En lo que respecta a la inflación por las ayudas públicas: para los macroeconomistas, a pesar de su aumento, hay una buena posibilidad de que, en retrospectiva, veamos que la gestión económica en la Unión Europea  de los últimos dos años de pandemia del Covid-19 se puede considerar como un triunfo de esta  política solidaria de inyección de dinero europeo buscando la recuperación económica y el empleo: estimular la economía con ayudas públicas en Europa aumenta la demanda frente a la oferta y con ello la inflación. No hay duda de que podríamos haber tenido una inflación más baja en este momento si hubiéramos aceptado una política de recuperación económica y del empleo más lenta. Sin embargo,  restaurar el empleo era más importante que evitar la inflación. Es previsible que se produzca una alta inflación este año y el siguiente, pero mucho menor en los próximos cinco años.

Hasta ahora, entonces, parece que estamos ante una recuperación económica  rápida de un shock económico devastador (primavera de 2020), con un aumento desagradable pero probablemente temporal de la inflación, del cual la transición energética no es la principal causante. Y teniendo en cuenta de lo que podría haber sucedido, eso equivale a un triunfo.

Mahmoud M. Rabbani

Doctor en ciencias químicas

Director de sustainable development over-seas programme

Publicado en el Diario de Navarra el uno de febrero de 2022

miércoles, 2 de febrero de 2022

5 Things I Would Miss About the Pandemic

 

Tuesday, February 1, 2022
BY JEFFREY KLUGER

5 Things I Would Miss About the Pandemic

When the COVID-19 pandemic vanishes into history (which, to be clear, isn’t happening yet), no one in the world will mourn its passing. But that’s not to say every single change we’ve made to accommodate the crisis has been a bad thing. Here are five COVID-related practices we’ve learned to live with—and that I’ll miss if they go.

Wearing masks on public transportation

According to the American Public Transportation Association, in 2019, the last year before the pandemic shut down much of the world, 34 million Americans boarded public transit each weekday—more than 9 billion a year. In big cities especially, that kind of crowding makes subways, buses, trains, and light rails petri dishes for germs. Mandatory masking on public transportation during the pandemic helped keep COVID-19 under control in those settings—and it could do the same against more common respiratory illnesses like colds and flu in the fall and winter. Now that we’ve gotten into the masking on public-transit habit, let’s keep it up.

Curbside pickup

What could be easier than curbside pick-up? Just place your order online, cruise to the store, and grab your package, which will be waiting for you outside. According to a study by Salesforce, 39% of U.S. retail executives introduced curbside pickup during the pandemic, generating up to $72.5 billion in sales in 2020. Cash for the seller and convenience for the buyer—without having to interact with other people and their germs. What’s not to like?

The rise of telehealth

According to a study by McKinsey & Company, telehealth visits—for both physical and psychological care—have increased 38-fold since the start of the pandemic. Early in the pandemic, one survey of members of the American Psychiatric Association found that before COVID-19 hit, only 2% of U.S. psychiatrists reported using teletherapy with their patients most of the time. Once COVID-19 ran riot, that figure jumped to 84%. The telehealth door has been blown wide open as a result of the pandemic—making health care easier for both doctors and patients. I hope it doesn’t close afterwards.

The end of the handshake

The human hand has an average of 150 different species of bacteria living on it at any moment (not to mention the cold and flu viruses), according to research conducted before the COVID-19 virus joined the pathogen list. Yes, the coronavirus is principally spread by air, but early in the pandemic, before the transmissibility routes were known, the handshake fell out of vogue . I say keep it that way. COVID-19 or not, colds and flu are transmissible by touch. If you must touch hands to feel like you’ve exchanged a real greeting, the Cleveland Clinic recommends the fist bump. One 2014 study found that the transfer of germs is “dramatically reduced” when bumping a cool, dry fist replaces clasping a warm, damp hand.

No more coming to work sick

In the Before Times, it was a badge of honor to come to work even when you were feeling sick. Thankfully, those days are over. Clearly, the office is a no-go zone if you test positive for COVID-19, but those play-it-safe practices increasingly apply to other more common illnesses. The U.S. Centers for Disease Control and Prevention continues to recommend staying home with a cold, flu, or other illness—to say nothing of COVID-19. So-called “presenteeism” —showing up to work even when you are sick—may not only earn you glares from co-workers worried about catching what you’ve got, but it also hurts a company’s bottom line. According to the Adecco Group, a global human resources organization, presenteeism costs U.S. and European businesses an average of $45 billion per year, due to low productivity from workers who are on the job even when they are too sick to work effectively.

Source: Time Health